—Cerramos así el
trato, su alteza. Es un honor. — El marqués Retaile le ofreció su mano.
—“Un tratante de esclavos”.
—Había leído con atención el expediente de Ravenant con respecto a ese
sujeto. En la superficie era tan solo un hombre que logró comprar su título,
dueño de un gran comercio de telas. Lo malo estaba en las profundidades.
Lloyd la tomó con
una sonrisa.
—El placer es
mío, marqués.
—Claro que sí,
príncipe. ¡Oh, espere, tengo algo para usted! — El hombre de cabellos canos
atados en una coleta baja, rebuscó entre sus ropas y extrajo una moneda de oro.
Lloyd la tomó entre sus dedos en el momento en que le fue extendida. Observó el
sello de una mujer en el primer lado y una embarcación en el contrario. Un
vacío se implantó en su estómago al verla.
El hombre se le
acercó y susurró alegremente:
—Vendían esta
moneda del Rey pirata en el mercado. — Posó su mano en el hombro contrario con
una sonrisa orgullosa en su rostro. — Me acordé de usted ¿Le gusta mi regalo?
—…— Acarició la
inscripción, deleitándose con el pulido con ácido que le realizaron. La moneda
centellaba. Ofreció una sonrisa diplomática mientras la contenía en su mano.
—Será un placer
seguir haciendo negocios con usted, Marqués.
--
El tiempo
transcurrió lentamente. Tortuoso.
Aún si la casa
D’lor tenía múltiples minas de oro y la ciudad entera rebosaba de prosperidad,
el único príncipe heredero todavía tenía que demostrar su valía.
—Estupideces.
Tuvo que visitar
un par de lugares más ese día; sin embargo, lo consideraba inútil. Llevaba ya
dos años intentando hacer que la vieja maquinaria del reino trabajara a su
favor. Pero realmente estaba harto.
Poder militar,
dinero, astucia o inteligencia, todo se reducía a los contactos favorables que
pudiera concretar. Francamente, prefería vivir aislado en un barco pirata en
donde dudaba cada día de su suerte. Observando el horizonte sin promesas de
ningún mañana. Emocionado a la espera de vagar por el mundo guiándose por su
ambición, desprovisto de cualquier moralidad que no fuera la propia.
Libre.
—Sabes por qué
estamos haciendo esto. — Aburrido, Ravenant elevó la mirada sobre sus lentes,
dejando a un lado el libro que seguía leyendo mientras estaban en el carruaje.
—No recuerdo
haber dicho nada. — Guardando la moneda en el bolsillo interior de su chaqueta,
el príncipe elevó su mirada castaña hacia su amigo, quien aguardaba sentado del
otro lado.
Los irises azul
eléctrico de Ravenant chocaron con los suyos.
—Reconozco esa
mirada…— Entrecerró los ojos e inspiró profundamente. — Tenías los mismos ojos
cuando escapaste.
Lloyd carraspeó y
se arregló el pañuelo atado a su cuello, acomodándose en su sitio.
—¿Me culpas por
querer prenderle fuego a este lugar? — Una sonrisa llena de sevicia cruzó por su
rostro al imaginarse aquellas grandes casas nobles ardiendo hasta los
cimientos. — Podría reunir todo el oro de aquí con un par de chicos, la
esclavitud también es un modo de vida que los nobles deberían probar.
—Tsk. —Ravenant
alcanzó el periódico a su lado y lo abrió con fuerza, arrugando el entrecejo. —
La piratería arruinó lo poco de sentido común que quedaba dentro de tu cabeza.
—¡Jajaja! Puede
ser…— En ese reino, tal vez había demasiadas personas. —¿Si no, por qué tendría
tantas ganas de asesinar a alguien?
Ravenant frunció
el ceño y le dio una mirada llena de reproche antes de volver a su periódico.
—Solo los
bárbaros resuelven los problemas de esa manera.
—…— Lloyd cruzó
la pierna en su asiento y se recargó. —Sí… Pero… Puede ser que la horca esté muy
tranquila en estos días, los calabozos también.
—Haa…— Ravenant
cambió de página mientras se acomodaban los lentes. — El respeto por el reino
ha caído al saber que un pirata podría estar a punto de convertirse en Rey. Es
normal que quienes hacen actos ilícitos se hayan empoderado.
—En ese caso…—
Lloyd sonrió más brillantemente y se inclinó hacia su amigo. — Gun, qué tal de
tomamos un par de espadas, cortamos sus cabezas y las colgamos en la plaza para
que lo cuervos se coman sus ojos. ¿No sería ese un buen ejemplo?
Los ojos azules
del susodicho por poco sueltan chispas.
—Esas costumbres
piratas tuyas, debes hacer algo con eso. — Dejando el periódico a un lado con
fuerza, Ravenant se inclinó mirándolo con frialdad. — Estamos en la actualidad,
Lloyd, tenemos responsabilidades y tomar una decisión a la ligera puede hacer
que todo en lo que hemos trabajado se vaya a la mierda.
Por primera vez
en un tiempo, su amigo le hablaba sin tapujos; sin embargo, no se sentía feliz.
El príncipe cerró la boca y se recargó en su asiento, dirigiendo su mirada a la
ventana.
Era en momentos
así que se daba cuenta de que estaba atado de manos y pies.
--
Después de
charlar con otros nobles, las citas se prolongaron hasta la madrugada. Lloyd
salió del carruaje y se enfrentó a la fría noche sintiendo la pesadez del
alcohol en su organismo. Se tambaleó por sí mismo hacia la puerta, negándose a
recibir la ayuda de los sirvientes.
—Déjenme solo,
conozco los caminos de mi propio palacio.
Ante su orden,
los sirvientes que habían estado esperándolo para recibirlo asintieron después
de tomar su abrigo y se fueron. Al escuchar los pasos alejarse, Lloyd miró
hacia las escaleras majestuosas de aquel palacio.
Se sentía
increíblemente vacío.
—Hm. — Sonrió
para sí mismo. Cuánto se había acostumbrado a las pocilgas que los piratas
llamaban piratas que ahora los lujos de aquella elegante morada le sabían a
mierda.
—Ravenant tiene
razón.
El palacio del
príncipe heredero era grande, no rivalizaba con el del Rey, pero aún así
contaba con múltiples bellas habitaciones y majestuosos salones para dar
banquetes. Había dos salas de té, también de considerable tamaño y belleza,
para la princesa heredera; además, un jardín que conectaba con el del Rey, con
dos bonitos espacios al aire libre. Incluso un lago.
Cuanto se sentía
en vela, como en esa noche, Lloyd paseaba por el lugar haciendo un recuento
mental de lo que veía.
El campo de
entrenamiento, luego pasó por las caballerizas y llegó al lago.
Agachándose vio
su reflejo en la orilla.
Podía ver sus
ojos opacos.
Su cabello
medianamente largo estaba bien acomodado en una coleta baja, a pesar de la
borrachera, su camisa y su chaleco se veían prolijos.
—Jejeje, te
convertiste en una buena marioneta.
Mientras miraba
su perfecta sonrisa recordó los dientes podridos de su antiguo capitán. Sí, a
pesar de que esos bribones malolientes y criminales que eran los piratas, aún
pensaba que eran mejores que aquellos nobles ostentosos que visitó hoy.
Por lo menos era
auténtico.
Juntarse con los
piratas era fácil. Eran mentes simples que se guiaban únicamente por sus
propios deseos y vivían pensando que quizá ese día podría ser el último. No
tenía que preocuparse por complicadas maromas mentales, ni por sutiles señales
con guantes; solamente existían dos tipos de intenciones en esa tierra, querer
matarte o no.
—Claro, eso no te
salva de la traición. — Sí, esas escorias podían ser así si te descuidabas.
Una carcajada
manó de los labios de Lloyd.
—“Al final no sé
una mierda”.
Se sentó y miró
las estrellas que navegaban el cielo nocturno sobre su cabeza.
—Yo también soy
una escoria.
Había muchos
lugares en los que había matrimonios arreglados como el suyo. ¿Por qué venía a
su mente una y otra vez?
—No creí que
llegaría a parecerme tanto a ellos.
Contestó para sí
mismo, mirando la pequeña línea en la que se había convertido la luna.
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