EPNQC - Capítulo 1

 


⭐⭐⭐⭐ Capítulo 1 - Matrimonio⭐⭐⭐⭐

El príncipe Lloyd está en edad de casarse.

Hace mucho.

Aquel día, mientras esperaba con aburrimiento, sentado en el trono con las mejores galas que sus asistentes escogieron, pensó en ello una y otra vez. Incluso su cabello rubio cenizo, habitualmente alborotado, se encontraba arreglado con cuidado en una coleta baja. Se veía tan pulcro como sus castaños ojos.

—“Matrimonio”. — Era una palabra demasiado grande. Una nueva que acompañaría a “heredero” sobre su espalda.

Manteniendo las formas, porque su madre le dedicó una mala mirada desde el costado, se sentó derecho y suspiró.

—¡Entran el marqués Dube y la princesa!

Por suerte, según lo dicho por el vocero, las puertas se abrieron y allí entró el marqués, seguido de una figura pequeña cubierta por un velo blanco, bordado con labores que dificultaban ver su rostro. Detrás de ellos, una buena cantidad de sirvientes se apresuraron a entrar, manteniéndose en el fondo; cargaban múltiples cajas finamente decoradas.

El marqués Dube se acercó al trono, donde estaba su padre y se dobló elegantemente.

—¡Mis saludos al rey, la reina y el príncipe! ¡Gloria a la realeza!

—“Vaya…”—, pensó Lloyd recargando su brazo sobre el asiento. Aquel era un saludo formal, pero demasiado justo para su opinión, teniendo en cuenta de que se trataba de quien era su futuro suegro. —“¿No es suficiente todo lo que obtendrás cuando me case con tu hija?”.

Aunque la familia Dube era una gran familia de mercaderes, muy seguramente ostentar el título de “Duque” sería muy bueno. Ni hablar de la gran dote que daría la familia real, o la alianza que se formaría. Les daría acceso a todas las vías mercantiles en el reino de manera preferencial.

—“Ese viejo zorro tiene suerte”. —Frotándose la barbilla, Lloyd se sumergió en sus pensamientos hasta que un pellizco en su antebrazo lo sacó de ellos. El dolor le hizo acomodarse en la silla, por poco grita y sale corriendo. Afortunadamente, encontró la compostura en los ojos azules de su madre; eran tempestuosos como el mar más bravo.

Observando a su alrededor, descubrió que su padre lo miraba con el entrecejo fruncido y su “suegro” parecía estar aburrido. Retomando el ánimo de la reunión plantó una sonrisa en su rostro.

—Es verdaderamente un placer verlo hoy, marqués. Veo que goza de buena salud, aunque no veo a la marquesa.

El marqués elevó la ceja y sonrió casi como burlándose.

—La enfermedad de la marquesa no ha mejorado. Parece ser que las noticias no han sido tan rápidas como pensé. —Por supuesto, todo el mundo sabía de la noticia, hasta los pueblerinos de las zonas más alejadas escucharon que la nueva suegra del reino no asistiría a la boda concertada con la realeza. —Igualmente, no lo culpo, el príncipe siempre se ha caracterizado por ser un espíritu libre.

Lloyd sonrió levemente. Él sabía la situación pero aún habló de ello frente al marqués, lo que podría ser considerado como una ofensa. Porque también sabía otra cosa más: En la capital se decía que el marqués golpeó brutalmente a su esposa al punto de casi matarla.

—“Qué viejo más perverso”. — Ni siquiera le molestó que le dijera en la cara que era una persona distraída, que siempre andaba en las nubes, clasificándolo como un espíritu libre; porque lo era. — Oh, el marqués tiene tan buena voluntad y es bondadoso. Estoy contento de emparentar con usted. Veo que mi prometida también está aquí, ¿por qué no mejor pasamos a la parte que nos reúne hoy?

El dinero, el dinero lo había traído a ese momento. Seleccionó su prometida básicamente al azar, solo pensando en la mayor ganancia y en este caso, el marqués tenía tanta riqueza que le fue imposible desperdiciar la oportunidad. Una de las condiciones que había puesto es que la herencia ducal de su prometida fuera asignada al palacio real. Luego de eso, oficialmente podría convertirse en heredero y les cerraría la boca a sus primos.

—“Lo usaré bien, querido suegro”.

—Está bien. — Tras una seña, la que era su prometida dio un paso al frente, centrándose entre las filas de presentes que los sirvientes del marqués Dube se acercaron a dejar. Eran tantos que al final la pequeña figura de su prometida casi se perdía entre ellos, como si fuera un regalo más. El gran salón del trono estaba a rebosar.

Tomando la iniciativa, el príncipe se levantó de su asiento y se dirigió a darle la mano al marqués.

—Estoy muy satisfecho con su sinceridad, marqués.

—Gracias a los cielos que pude alcanzar sus expectativas, príncipe.

Después de ese corto saludo, sin quitarle la mirada de encima hasta el final, se dirigió finalmente a su prometida, quien estaba cubierta en aquel innecesario y tradicional velo blanco. Alcanzó una de las pequeñas manos que se asomaban con timidez debajo de este y la besó.

—Querida Freya, es un placer conocerte al fin. Quisiera ver tu rostro, ¿podría levantar el velo?

—Si. —Fue una voz tan pequeña que casi no la escuchó.

—“Vaya, sí que es una chica bajita”. — Pensándolo bien mientras levantaba el grueso velo, era una persona muy pequeña. Tal vez era también que él era muy alto, 1.90 metros, medía incluso más que el marqués.

Sin embargo, no le importaba mucho, sus amigos decían que era una gran belleza. Además, sacaría a esta pobre chica de las garras de su padre y obtendría una gran riqueza en el proceso, ¿qué podría molestarle en este momento?

—“Solo espero que nuestros hijos no sean como enanos”, — pensó jocosamente. — “Aunque así también serían guerreros muy rápidos y ágiles, es otra ventaja más”.

Elevó entonces el velo y lo acomodó detrás de la cabeza. El cabello era rojizo, casi anaranjado, prolijamente peinado con una diadema de trenzas; y su rostro, cuando dio un paso atrás pudo contemplarlo bien.

—Dios…

Tal como decían los rumores, era una piel muy pálida, delicada y sonrosada. Sus facciones eran dulces, con pequeñas pecas adornándola por todos lados. Ojos grandes y verdes, unos labios rellenos de donde colgaba una sonrisa encantadora.

Era una niña.

Lloyd, impactado echó un vistazo a sus padres, que lucían sorprendidos con su elección y luego hacia su suegro, el hombre parecía indiferente; hasta que vio su cara, entonces una sonrisa emergió en las comisuras de sus labios.

—Freya, hija mía, parece que el príncipe quedó sin palabras por tu belleza.

Lloyd apretó los labios y cuando estaba a punto de soltar un venenoso comentario, escuchó una pequeña voz.

—¡¿Es así?! — Alegremente, Freya sonrió hacia él, mirándolo con ojos brillantes. La palabras se le quedaron en la garganta. ¿Sería capaz de cancelar el matrimonio en frente de una niña así?

No tuvo corazón para coger del cuello a ese asqueroso viejo y amenazarlo con la navaja que guardó en el bolsillo trasero de su pantalón de gala. ¿Si le sacara las tripas todavía sería capaz de sonreír?

De hecho en cualquier caso sería contraproducente para sus fines.

Llamando a la calma plantó una sonrisa en su cara y aceptó la mano de la niña.

—Totalmente, querida. — Cambiando de tema, se giró al marqués. — Veo su disposición.

—“La de un maldito viejo asqueroso”. — Aunque en el reino no había ninguna ley que prohibiera que se casara con una menor de edad, para nadie era un secreto que era un tabú moral muy mal visto. Que el mismísimo príncipe del reino se casaba con una niña probablemente acabaría con la poca reputación que le quedaba. El marqués le devolvió la sonrisa.

—Agradezco mucho que el príncipe nos haya dado esta oportunidad.

El príncipe quiso escupirle en la cara de inmediato, pero siendo digno de un heredero al trono, irguió sus anchos hombros y estableció su aspecto formal como una pared.  Como siempre, escondiendo su interior temperamental, estaba la máscara de un auténtico caballero.

Así la boda se desempeñó al día siguiente, con mucho lujo y gala.

Y llegó la noche de bodas.

—¡Mieeerdaaaa! ¡Puto viejo decrépito de mierda! ¡¿Cómo mierda iba a saber que su única hija era tan pequeña?! — Tiró los papeles que tenía en su mano, volviéndose loco. Era el informe que mandó buscar a uno de sus caballeros. La señorita Freya tenía doce años.

Y él tenía veintisiete.

Vagó en su habitación como un león. Se acomodó los cabellos castaños una y otra vez.

¿De verdad esto sería lo mejor?

Ciertamente los beneficios serían muchos y establecerían su posición por encima de sus primos, quienes eran dueños de grandes fortunas, con lo cual pudieron comprar poder militar. Todo eso mientras él perdía el tiempo en alta mar. Cuando volvió, la posición de heredero, suya desde el nacimiento, pendía de una delgada cuerda, a punto de volverse añicos. Después de eso, llevaba dos años intentando reestablecer el equilibrio y evitar que alguno de sus parientes terminara robando la posición de heredero.

La fortuna y el poder del Marqués era lo que necesitaba. También era de las únicas familias dispuestas a tratar con él. Por lo menos la más relevante de la corta lista.

En lo que pensaba, no pudo sino dejar que todo se desarrollara. Ahora no había marcha atrás.

Cuando sus padres supieron de su intención de casarse, no pararon de presionarlo a elegir rápidamente e hicieron preparativos para que fuera prácticamente inmediato, para ellos era la única manera de poner en cintura a su hijo descarriado. Volverlo un noble de familia con un heredero antes de que se perdiera completamente. Nunca podrían dar marcha atrás, prácticamente el honor de la familia imperial estaba en juego.

Lloyd se sintió estúpido.

Toc.

—Su alteza…

—Pasa.

El mayordomo asomó la cabeza por la puerta.

—La señorita ya le está esperando en la habitación de bodas.

Lloyd suspiró y después de tomar su chaqueta fue hacia el mayordomo, siguiéndolo a esa que se convertiría en su habitación de pareja.

En cuanto abrió la puerta y vio la figura de Freya, no pudo evitar suspirar. Al cerrar la puerta recordó otra de las razones por las que pensó que esto sería buena idea. Así como se rumoreaba que el Marqués trataba a su esposa, su hija también tenía sus propios chismes.

Viéndola con ese vestido blanco, casi translúcido, notó el cuerpo delgado de la niña.

—Alteza. — Al verlo, ella sonrió y se inclinó ante él con gran cortesía.

El príncipe se sobó las sienes con un largo suspiro. Podía verlo a leguas a pesar de la luz. Los tobillos de la niña estaban hinchados y amoratados, eso era algo que no se podría cubrir con maquillaje.

Hasta el príncipe de espíritu libre estaba consciente de que a Lady Freya la mantenían en un sótano siendo castigada por traer deshonor a la familia, después de todo, el marqués quería un varón, no una mujer inútil que se devaluaría con el tiempo y que solo le traería problemas.

—“Santo Dios”.

—Acuéstate en la cama, voy a tomar un trago. — Se dirigió a la pequeña sala de estar y alcanzó el vino de la mesa, ni siquiera se molestó en tomar una copa, sacó el corcho con los dientes.

Ilusamente pensó en que se vería como un caballero de cuento en una historia romántica, salvando a una desastrosa chica que era abusada y llevándola a una posición muy alta en la que viviría disfrutando de su tierno amor. Qué mentira.

—“Soy un maldito pirata”. —Un pirata maloliente casado con una triste niña que fue vendida por su padre. Así se vería ante los ojos de la gente.

—¿Príncipe?

Lloyd dejó la botella en la mesa y se estiró en su silla.

—¿Sí?

La respuesta tardó en llegar.

—¿Vendrá ahora?

Se río ante esa pregunta. Quería llorar.

—Haaa…

—“Bueno, solo necesito una esposa de nombre”. — Aunque estar casado no era simplemente eso, bastaba para tener confianza. ¿Qué culpa tenía Freya en esta situación?

—Lady Freya, conversemos un momento. — Ni siquiera se giró, por temor a ver algo que no debía. — No sé cómo ha sido tu vida hasta hoy, pero sé que quizá ha sido peor de lo que creo.

—…

Lloyd cerró los ojos y suspiró.

—Desde ahora, te cuidaré y respetaré. El anillo que está en tu dedo es el símbolo de eso.

Adiós a su esperanza de tener una boda con una linda señorita y disfrutar de todas las cosas que los casados hacen.

—Empezando por esto: en el futuro, cuando tengas edad, dejaré que te vayas, haré preparativos para que puedas vivir cómodamente el resto de tu vida y hasta ese momento te respetaré. A cambio, apóyame como mi reina. Prometo no tener aventuras, tampoco quiero que las tengas. ¿Estás de acuerdo? Te atenderé bien.

La habitación estaba silenciosa.

—¿Lady Freya?

Abrió un ojos y se giró con disimulo, encontrándose con su figura en medio del cuarto. La niña se veía aún más frágil con ese vestido blanco. Sus ojos estaban vidriosos, parecía realmente sorprendida con lo que acababa de escuchar.

—¡Ah! … Y-Yo no lo sé. — Como un ratón asustado la niña tembló.

El gesto de Lloyd se arrugó.

—“Parece que de nuevo lo hice mal”.

Dio un largo trago a la botella, mientras miraba a la niña llorar. Desvió la mirada hacia el líquido traslúcido. De cierta forma la comprendía. Seguramente esta niña estaba confundida.

—“Si conozco un poco a ese bastardo, seguro trató de disciplinarla y le lavó el cerebro todos estos años”. — Le recordó al tratamiento de esclavos que vio en uno de sus viajes, en el reino del sur, donde prácticas como esa eran legales. Gente de todas las edades, encerrados, amordazados y cruelmente adoctrinados para ser perfectos sirvientes.

La vida en el reino de Dieux d’lor solía ser así.

Hacía años que no escuchaba sobre eso, pero se sabía en todos lados sobre el comportamiento que debía tener una mujer casada, estaba consciente de que era algo por lo que su padre estuvo luchando. Las mujeres solían ser amaestradas para ser la mejor esposa sin importar el medio. Al final se deshizo de algunas normas y tratos, pero el pensamiento estaba incrustado en la cabeza de la sociedad.

Él, quién no soportaba algunas de estas maneras obtusas de pensar, se negó a ser Rey de esa partida de bastardos y huyó. Curiosamente fue el marqués Dube fue de los más extremos contrincantes en ese ámbito, una persona tan necia del que él ni siquiera podía escuchar hablar e irónicamente la persona de quien obtuvo riquezas y poder para volver al trono.

—Lady Freya…— Observó como temblaba ante su llamado.

—“Dios, no sé si pueda manejar esta mierda”.

Para tratar a alguien que se veía tan delicada, cómo se atrevía un vil pirata.

Suavizó su tono lo más que pudo, aún con la mirada gacha.

—Mi Lady, a su izquierda se encuentra un gran armario de madera, ¿es capaz de identificarlo?

Tras un repentino respingo, la niña giró la cabeza en ambas direcciones, estaba tan nerviosa que no supo distinguir hacia dónde debía mirar.

—… ¡Sí!

—“¿Soy tu capitán?”. — Se sintió como si estuviera en el campo de los caballeros.

—Muy bien. Vaya hacia allí, ábralo y escoja cualquiera de los abrigos que ve allí. — Alzó las cejas en un rápido pensamiento, ¿estaba a punto de decirle a una niña pequeña que alcanzara uno de sus pesados abrigos que estaba tan alto? ¿Qué tal si algo le caía encima?

Una escena de la niña quedando atrapada bajo el armario cruzó fugazmente por su cabeza.

 — No lo toque, solo dígame cuál es. — Se apresuró a decir en cuanto percibió el peligro de un pedido tan simple.

—…

El silencio se hizo demasiado largo esta vez.

—¿Lady Freya?

Su corazón se saltó un brinco. Inquieto, lentamente se giró con temor a ver lo que había provocado. Al girar la mirada, Freya tenía la cabeza baja, de pie frente al armario semiabierto. Viéndola así, las grandes trenzas acomodadas en su cabello se veían incómodas y pesadas.

—“Dios, este bastardo, ¿cómo puedes ponerle eso?”. — Su ceño se frunció profundamente. Parecía tan desproporcional que seguramente le estaba doliendo el cuello.

Al verla temblar inmóvil, Lloyd decidió finalmente ponerse de pie y acercarse a ella. Lucía tan asustada, más aún cuando lo sintió ponerse de pie. La niña se contrajo sobre sí misma, abrazando su cuerpo mientras temblaba como una hoja. 

Lloyd se detuvo aterrado, estaba comenzando a darle serios escalofríos esta situación.

—“Parece bien, pero… ¿Le pasa algo?¿Qué demonios pude haber guardado allí que la asustara tanto? ¿O soy yo mismo el que da tanto miedo?”. — Cargado de preocupaciones se acercó cautelosamente. Pero cuando estaba a unos pasos de ella, la niña se echó al piso en una profunda reverencia, con su frente chocando en el suelo, y sus esqueléticos brazos extendidos, mostrándole la cara interna de ellos.

El príncipe se quedó de piedra al ver esta escena.

Inmediatamente volvió un recuerdo a su cabeza. Aquella vez en el reino del Sur, un esclavo que fue azotado se tendió a los pies de su amo pidiendo piedad con todas sus fuerzas. El hombre de unos setenta años se agarró de las vestiduras del dueño y suplicó; sin embargo, no pudo salvarse del castigo.

Lloyd dejó de ver en cuanto vio el látigo asirse nuevamente en el cielo.

Pero Lady Freya no suplicó. Permaneció en aquella pose todo el largo minuto que tardó Lloyd en recuperarse de la fuerte imagen.

—¿Qué estás haciendo? — Su voz sonó como un suspiro, de repente, toda la vitalidad que tenía se fue.

—Castígueme, por favor.

Con tan solo esas palabras, el príncipe sintió que se volvería loco.

Aunque su voz era tan diminuta, acorde a su cuerpo, Freya todavía lo pronunció claramente. Él no lo podía creer.

—“¿Qué demonios estoy haciendo? ¿Qué hice?”.

Retrocedió un paso. No era que él no hubiera hecho terribles cosas en su fase de pirata, las ánimas seguro querrían comérselo todas las noches debido a sus crímenes; pero, incluso en las guerras había reglas.

Y él tenía algo mejor. Principios, consciencia…

Y mucha sed de venganza.

El rostro regordete del Marqués cruzó por su mente.

—Ese bastardo, hijo de puta.

Con su ropa ridícula que lo hacía lucir como un noble adinerado y su estúpido bigote rojizo. La maldita calva de fraile que ocultaba bajo ese asqueroso gorro.

Lloyd bramó como un toro.

—Levántate y siéntate en la cama.

La niña siguió sus órdenes de inmediato, quitándose justo a tiempo para que el hombre se parara frente al armario, mascullando improperios de toda clase. Rebuscó un par de sus abrigo, tirando algunos sin querer debido a su ira. Escogió el que le pareció más suave y luego fue hacia la niña.

—Ponte de pie.

Sus ojos estaban inyectados de ira en ese momento. A pesar de la buena apariencia que heredó de sus padres, su gesto se había vuelto despiadado debido a su mala personalidad, lo que daba una impactante imagen debido a la altura y contextura de su cuerpo habituado a la esgrima. 

Freya saltó tan rápido de su sitio ante aquella imagen que tropezó. Lloyd la detuvo y sin decir palabra, la enredó en su abrigo con el menor tacto posible sobre el cuerpo de la niña; luego, la recostó en la cama cuando esta terminó en el ovillo.

Mirándola así, pensó en algo que decir. Según sabía, debía ser amable, o eso le dijo su madre en el sermón de aquella mañana, antes de la boda.

—Duerme. — No pudo exprimir alguna otra consideración de su cerebro inundado por el odio. Lo único que quería expresarle en ese momento a Freya fue aquella loca convicción que tuvo de vengarse del Marqués Dube, y explicarle detalladamente cómo le arrancaría cada trozo de piel de las piernas antes de dárselo de comer mientras sigue vivo.

Lloyd observó los ojos de irises pálidos que lo miraban entre la piel de oso.

—No me iré porque dicen que será peor para ti. — Su madre se lo recalcó.

—Desde el centro de la habitación, hasta la pared, será tu parte. Yo dormiré en el sofá de allá.

—“Si puedo”. — Se le olvidó aclarar. La verdad, tal vez no pueda pegar un ojo en toda la noche, pensando en todas las cosas que vivió ese día y en el futuro de lo que vendría.

—No te voy a castigar, así que solo duerme aquí cómodamente. Puedes usar toda la cama si quieres, pero no te quites el abrigo, en la noche hace mucho frío.

Tras explicar lo que pudo, observó un poco más el cuadro. Él era muy alto y abrigo cubría, junto con el gorro, absolutamente toda la pequeña figura e incluso sobraba tela.

—“Bien”.

Tras darse media vuelta, se recostó a lo largo en el sofá, poniendo las manos tras su cabeza en una pose de descanso.

En cuanto estaba a punto de cerrar los ojos un pensamiento fugaz lo hizo abrirlos de nuevo.

—“¿Y si entrenó a la niña para que me mate mientras duermo?”.

Tras meditarlo un poco, se estiró en el sofá y miró hacia atrás, Freya no parecía haberse movido de su lugar.

—Tsk.

Negó, avergonzado de sí mismo. Un hombre que casi le triplicaba el tamaño, asustado de una niña escuálida.

Sus miedos no estaban infundados, hubo una vez que vio a un niño de los barrios bajos abalanzarse sobre un tipo y destrozarle los ojos con un trozo de navaja envuelto en tela. Los escalofríos le recorrieron la espalda tan solo al pensarlo.

—“Pero ese niño estaba luchando por su vida. Yo no le he hecho nada, ni le haré nada malo. No sabía que este matrimonio sería así, pero seguramente tendrá mucho mejor vida que la que tendría junto a su padre”.

Se había hecho un juramento a sí mismo antes de la boda y luego lo recalcó a su madre, jamás le tocaría un solo cabello a esa niña, preferiría matarse. Esa fue siempre una de sus pocas virtudes, era tan terco que ni el diablo mismo podría convencerlo de otra cosa.

Satisfecho de sí mismo, relajó su cuerpo. Así duró por un largo rato hasta que empezó a sentir movimientos detrás de él, la niña se removía en la cama. Primero, abrió los ojos por inercia, luego, volvió a estirarse y miró de nuevo.

La niña esta vez estaba sentada en la cama y parecía estarse acomodando.

Se miraron durante algunos minutos.

Los grandes ojos lo miraban con sorpresa, quedándose completamente inmóvil.

Lloyd retiró la mirada y volvió a su posición inicial.

—“Bueno, si me mata un cervatillo como ese, merecido me lo he de tener”.

Entonces, se acomodó, hasta que en poco tiempo se durmió.

La pequeña permaneció inmóvil aun cuando él ya no la observaba. Miró sus botas, que sobresalían del sofá tocando el suelo.

⭐⭐⭐⭐⭐

Notas finales del autor: Gracias por leer hasta aquí, si te gusta, por favor deja un comentario para que pueda saberlo y me anime a publicar el siguiente. ( •̀ ω •́ )✧

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