⭐⭐⭐⭐ Capítulo 2 - Brillo⭐⭐⭐⭐
A la mañana siguiente había un artículo en el periódico.
Primera plana.
Los gustos de baja estofa de Lord Lloyd.
Viera por donde lo viera, ese titular fue un insulto directo
en el que ni siquiera guardaron las formas, llamándolo simplemente Lloyd, su
nombre de pila. El título de Lord adquiría un tono simplemente irónico en
aquella frase. Para ser el único príncipe del reino era muy ofensivo.
El príncipe detuvo sus irises castaños por algunos minutos.
“Estofa”.
Luego se echó a reír.
—“¿Se supone que
así insultan los nobles?”. — Habiendo escuchado todo tipo de maldiciones
creativas de parte de los piratas, se sentía ligeramente decepcionado. Por
supuesto, solo aquella frase debió haber bastado para desmayar a su madre; al
ver que no había pasado a regañarlo en su despacho aquella mañana, seguramente
debió sorprenderse mucho.
Cerró el periódico, no iba a leer el contenido del artículo,
al ver la pintura de su boda debajo de aquel título ya sabía de lo que trataba;
si llegara a leer más de aquellos curiosos insultos probablemente moriría, pero
del aburrimiento.
Toc.
—Pase.
El mayordomo
asomó la cabeza. Lloyd asintió aún con la sonrisa fastidiada en el rostro,
dándole el visto bueno para que entrara. Mientras, alcanzaba un par de
documentos para echarles un vistazo.
—… Alteza…—,
pronunció el hombre de apariencia típica: Cabello cano, bigote similar y
monóculo.
—¿Sí?
—¿Me permite unas
palabras?
Lloyd inspiró
profundamente y lo miró con paciencia, brindándole su atención. El mayordomo
tomó aire también.
—No se preocupe—,
comenzó, poniendo las manos una sobre otra en una muestra de respeto. — Los
rumores de la aristocracia pueden ser impactantes, mas también fugaces. Son
días movidos debido a la llegada de la primavera y el debut de las jóvenes en
sociedad, habrá muchos chismes. Verá que pronto los que hay en auge se irán con
el viento.
—Haaa…
Interpretando
aquel largo suspiro de Lloyd como una profunda preocupación, el mayordomo se
apresuró:
—Soy fiel a su
majestad, el rey. También a usted, príncipe, nunca me atrevería a mentirle.
Verá que mañana, si no es hoy, saldrá un nuevo periódico y la gente conversará
sobre otra cosa. Luce usted muy cansado por la situación.
El susodicho
sonrió.
—Mayordomo,
¿tenías algo más qué decir? — Si bien no era correcta la suposición, tampoco
erró al decir que lucía cansado, porque en efecto, lo estaba.
—Oh, sí claro. —
Entendiendo que Lloyd no deseaba perturbar su psiquis con el tema, irguió la
espalda. — El duque Ravenant ha llegado, mencionó que necesitaba verlo con
urgencia.
—Já. — Solo de
ver la actitud con la que habló el mayordomo, podía imaginarse el rostro
constreñido que tendría su mejor amigo. — Hazlo pasar antes de que explote y tengamos
que darle el puesto de heredero a su hermana.
—Cómo ordene, su
alteza.
No pasó mucho
tiempo después de que el viejo mayordomo diera una reverencia y saliera a
cumplir su orden. La puerta se abrió con violencia, un
noble de aspecto fino se detuvo en ella. Escudriñó la estancia con la nariz
elevada, como si buscara algún olor deficiente en el lugar. Su rostro era
limpio y pálido, con cejas tupidas que se salían un poco de la forma común.
Llevaba el pelo castaño atado en una coleta baja.
Lloyd atrapó una
carcajada ente sus dientes y negó, continuando con la revisión del papeleo. Lo
dejó caminar de un lado a otro, escudriñando con detenimiento cada cosa que le
pareciera interesante.
—Puede estar
tranquilo, duque Ravenant, ya me curé del escorbuto.
Enseguida la
mirada azulina se clavó sobre el príncipe. El gesto del joven duque se llenó de
disgusto, apretando los labios en silencio.
Lloyd se puso de
pie.
—¿Qué pasa con
esa cara? ¿Tocaste mierda?
Cada vez más
molesto, Ravenant subió la barbilla.
—¿Tuviste esa
asquerosa enfermedad?
—Oh no, claro que
no. — Cruzándose de brazos, el príncipe se recargó en la parte delantera de su escritorio.
Una sonrisa maliciosa elevó las comisuras de sus labios. — Pero de la peste no
me he curado aún, ¿quieres ver?
A pesar saber que
no eran más que meras bromas, el duque sacó un pañuelo y lo puso sobre su boca
antes de inspirar profundamente.
—Es de muy mal
gusto jugar con ese tipo de cosas.
Rodando los ojos,
Lloyd fue a sentarse en la pequeña sala que estaba en el fondo de la
habitación. Alcanzó la cristalería dispuesta sobre la mesa y rápidamente sirvió
dos vasos de licor. Luego se recargó en el sillón con los brazos apoyados sobre
el espaldar, dándole un largo trago a su vaso.
—Teniendo esto a
la mano, pareces un alcohólico. — A pesar de su constante mirada
desaprobatoria, Ravenant ocupó el sofá del frente.
—¡Jajaja! ¡Ni
siquiera puedo tomarme una copa sin que me critiques! — Sus carcajadas llenaron
la sala, antes de beberse de un trago lo que quedaba. — ¿Puedes superarlo?
¡Vamos! ¡Gun, soy tu amigo! ¡Te conozco desde que aún mojabas la cama!
—Deja de llamarme
así. — El susodicho tomó su vaso con disgusto y cruzó su pierna, como poniendo
una barrera invisible entre ambos. — Además, no recuerdo ser amigo de un sucio
pirata.
Lloyd entrecerró
los ojos, no era la primera vez que escuchaba eso. Llevaba dos años intentando
superar ese estatus que le fue obsequiado por la aristocracia. Contuvo parte de
su ira, solo de pensar en esos viejos estirados tenía ganas de escupir.
—Entonces, ¿a qué
viniste?
—¿Dónde está? —,
respondió Ravenant sin mirarlo aún.
—…— Lloyd volvió
a servirse de nuevo.—¿Qué?
El ceño del noble
vestido pulcramente se arrugó.
—Tu esposa.
—… No sabía que
tenías intereses sobre esposas ajenas.
Ravenant suspiró
agraviado.
—Eso es lo que yo
quería preguntarte. ¿Cómo demonios aceptaste tomar a una niña? Eres tan sucio y
bajo que mi hermana se quedó sin palabras describiéndote en su artículo
matutino. Todos los nobles hablarán de esto por semanas. Deberías agradecer si
queda alguien que quiera hacer tratos contigo ahora.
Lloyd descansó su
cuerpo, desparramándose aburrido en su asiento y dejó que el extenso regaño se
prolongara, atravesando su cabeza de lado a lado como el zumbido de una abeja.
—A este paso no
solo perderás el reinado, sino también tu cabeza. ¿Crees que esas arpías van a
desperdiciar esta oportunidad? ¡Deberías ser más consciente cuando no es solo
tu cuello el que está en juego!
El príncipe
balanceó su trago y luego lo bebió en un solo movimiento.
—¿Sabes por qué
lo hice? —, preguntó con el licor picándole la garganta.
Lo sabía. En esta
carrera de supervivencia tenía que hacer todo lo que estuviera en su mano. Si
no, su cabeza terminaría de adorno en la entrada del reino, y su cuerpo en la
plaza siendo comido por los cuervos. Por supuesto, sus aliados no estarían a
salvo; incluyendo a sus padres, apenas otra persona pusiera su trasero en el
trono, se anunciaría una masacre.
—Lo sé. — Tras
elevar la mirada con hastío, el duque Ravenant se quedó en silencio. Lloyd
necesitaba poder; pero lo primero, como siempre, era el dinero.
Aunque no duró
mucho callado.
— Bueno,
entonces, ¿dónde está?
—¿Para qué
quieres verla?
Los ojos críticos
del duque se dirigieron a los suyos.
—Quiero ver si la
estás tratando bien.
Lloyd desvió la
mirada.
—Te pareces a mi
madre.
—Tsk. — Ravenant
se inclinó hacia adelante y le dedicó una mirada urgente. — Esto no es un juego
Lloyd, metiste a una niña en este asunto. No te perdonaré si le haces algo.
—… —Una sonrisa
llena de saña cruzó por el rostro del hombre rubio, mientras se servía de nuevo.
—¿Desde cuándo te importa sacrificar a alguien?
Ambos cruzaron
miradas cargadas de oscuros sentimientos.
—No te atrevas a
decir una sola palabra más.
Era notable la
evidente fibra que estaba tocando, cualquiera con algo de sentido común daría
un paso atrás; después de todo eran amigos que se habían visto crecer y
compartían sus sueños en el pasado. Sin embargo, el corazón de Lloyd no era
estable en ese momento.
Habló a pesar de
saber que su amigo solo quería su bien, manteniéndose a su lado, pese a que se
largó dejándolo solo.
—Fuiste tú el
primero en vender a tus sucios padres para hacerte con la posición de duque. —
Como si estuviera hablando del clima, Lloyd sonrió. En ese momento, Ravenant no se quedó quieto y poco a poco se
puso de pie. Lejos de intimidarse, el príncipe siguió. — Oh, qué virtuoso
fuiste, dentro de tu podrida familia, solo había una parte que sirviera. Te fue
muy fácil hacerlos caer uno por uno buscando pruebas y luego fue natural como
respirar hacerte cargo de todas las riquezas de tíos, primos, ni el más lejano
pariente quedó en pie. Fueron tan ingenuos.
Para ese punto,
la respiración de Ravenant podía escucharse en toda la habitación. Sus puños
temblaban fúricos, conteniéndose con todas sus fuerzas. Una persona que
acostumbraba mantener un aspecto noble y carente de sentimientos, ahora estaba
a punto de perder la paciencia por un par de frases.
Era bien sabido
que las personas más queridas podrían dar los ataques más dolorosos, violentos
y despiadados.
—¿No te pesan sus
muertes?
Agarró
brutalmente las solapas de la camisa de Lloyd y lo levantó del asiento, si bien
era al menos diez centímetros más bajo que el príncipe, logró levantarlo solo
con su fuerza, haciendo que mirara directamente sus ojos rabiosos.
—Cállate.
—…— Los irises
castaños de Lloyd recorrieron su rostro. Sonrió. — Esto se parece más al Gun
que solía conocer.
Un feroz puñetazo
cargó contra su barbilla, saturado de sevicia. Él, a pesar de verlo venir, únicamente
cerró los ojos, dejando que Charles Ravenant decantara su ira en él.
—“Ahora si me
siento en casa”.
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Mientras Lloyd
entraba en aquella acalorada discusión, Freya se despertó. Era temprano, pero
al echar un tímido vistazo, observó que su esposo ya no estaba recostado en el
sofá. No había ni rastro de las botas que podía ver sobresalir en el costado.
Por un rato no
supo qué hacer.
Le enseñaron que
su única utilidad era permanecer junto a su esposo, pero nunca hablaron de los
deberes que cumpliría cuando él no estuviera presente. Ahora que estaba
oficialmente casada, se dio cuenta de esta problemática.
Ya que no había
nadie, tendió la cama y paseó un poco por la habitación llena de lujos. Dieux
d’lor era un reino conocido por su amplia variedad de minas, de donde extraían
minerales preciosos. En la capital lo que más había era oro y para hacer gala
de esta riqueza, el palacio estaba plagado de detalles con incrustaciones del
material.
Lady Freya
observó con ojos curiosos su alrededor, teniendo cuidado de no tocar nada.
Desconocía la
valiosa procedencia y el significado de aquellas vetas doradas en las paredes, pero
por instinto decidió no tocarlas por muy vistosas que fueran.
La noche anterior
Lloyd tuvo que acercarse para indicarle lo que debía hacer, no podía ser así
siempre o molestaría a su marido. Entonces Freya decidió memorizar la
distribución de la habitación para poder servir más adecuadamente al príncipe.
Recordaba cómo este le dio indicaciones sin mirarla, al estar abrumada cometió
un error. Por suerte su esposo fue amable y no imprimió en ella ningún castigo;
sin embargo, podría ser que la próxima vez no hubiera tanta delicadeza.
Tras un breve
reconocimiento, se encontró con un espejo en el lateral del armario, fue la
primera vez que vio su desaliñado aspecto. El tocado estaba caído por todos
lados y había perdido su forma similar a una canasta en la coronilla de su
cabeza.
Las piedras,
cintas y demás adornos, cayeron colgando de un par de hebras. Avergonzada fue a
quitarlos, temiendo dañarlos. Su largo cabello rojizo/anaranjado parecía más un
nido de pájaros en ese momento, negándose a soltar las pinzas con las que fue
detenido.
Las mucamas del
conde pusieron diversos productos en su cabello para fijarlo y ahora era
difícil manipularlo, bastaba con acercar un poco los dedos para que los
mechones de pegaran a ellos.
Subida en la cama
probó una y otra vez, recibiendo tirones dolorosos que le aguaron los ojos. Algunos
de los adornos que logró sacar terminaron con uno o dos dientes menos. Al
ponerlos juntos sobre la cama la vista era aún más deplorable.
Freya no pudo
evitar que las lágrimas manaran de sus ojos. Gracias al dolor, sus demás
angustias despertaron.
¿Y si no podía
llevar a cabo este único papel de verse bien para él? ¿El príncipe la echaría a
la calle para que sufriera en los barrios bajos como le dijo su padre que
sería?
Apresuró sus
manos temblorosas y secó las lágrimas que corrían libremente por sus mejillas.
El castigo por llorar cuando su marido no estaba frente a ella, eran diez
azotes. Dado que sus manos no eran suficiente, se secó con las sábanas. Cuando
terminó de calmarse, observó la cama para ver si se notaban mucho sus lágrimas,
pero descubrió algo aún peor.
Las sábanas
estaban impolutas.
Cuando le suplicó
a la mucamas para que le indicaran lo que debía hacer exactamente en su primera
noche de bodas, una le respondió a regañadientes.
<< —¡Lo
único que debes hacer es recostarte! ¡Hacer lo que diga el príncipe! ¡Y guardar
las sábanas manchadas para demostrar tu pureza! ¡Nada más! >>
Ella memorizó
múltiples veces en estas palabras para no olvidarlas y notó inmediatamente que
faltaba una palabra clave. Manchadas, ¿de qué? No lo sabía, pero en aquellas
sábanas de pulcro blanco no había nada y eso era lo que importaba.
Un escalofrío la
recorrió de pies a cabeza.
No había
cumplido, cometió un error en las única cosa que debía hacer.
Sabiendo que
sería duramente reprendida por no haber cumplido, una inexplicable tristeza
brotó de su corazón y lloró ya sin importarle. Frente al castigo de diez azotes
por llorar sin su esposo presente, imaginó lo doloroso que debía ser el de no
haber logrado la única cosa designada.
Toc.
Mientras se
lamentaba en silencio, escuchó un breve toque en la puerta.
—Lady Freya.
Se le cortó la
respiración, quedándose inmóvil. El corazón se le aceleró.
—¿Mi Lady, está
despierta?
Reaccionó en el
segundo siguiente. Se puso de pie junto a la cama poniendo un gran esfuerzo en
sus piernas temblorosas. Esconder su error sería aún más peligroso para ella,
ni siquiera se atrevió a intentarlo. Con
la cabeza gacha contuvo la respiración y esperó a que las mucamas entraran; ya
habían tardado demasiado, estaba segura de que en cualquier momento la puerta
de azotaría.
Sin embargo, no pasó.
Detrás de la
puerta, la mucama que llamó, desvió la mirada a su costado. La persona que
estaba junto al grupo de mucamas dio un paso adelante y tomó el pomo dorado.
Abrió la puerta con lentitud y extremo cuidado.
Al echar un breve
vistazo no pudo ver a nadie en la cama desarreglada, así que caminó hasta el
centro de la habitación, desde donde finalmente divisó la figura de una
temblorosa Freya. Tras una breve sorpresa inicial, la mujer ataviada con un
pulcro vestido azul claro se le acercó; el sonido de sus bellos tacones inundando
la habitación.
—…— En silencio,
los irises azul oscuro escudriñaron a la niña de pies a cabeza. — Buen día,
Lady Freya.
Al escuchar el
saludo, la niña bajó aún más la cabeza y por instinto se inclinó, sosteniendo
los costados del delgado vestido.
—Su majestad…
La reina frunció
el ceño al escuchar el hilillo de voz entrecortado. Desde la mañana había
estado de un terrible humor y al ver el estado de la niña, sintió que la bilis
subía por su garganta.
—… Hoy desayunaremos
en el invernadero, esperaré por usted. Me sería muy grato contar con su
compañía.
Luego de profesar
su deseo, Adelyne D’lor Valois, la reina, se alejó hacia la pequeña sala dentro
de la habitación y se sentó. Inmediatamente, un escuadrón de mucamas entró con
dirección a Freya.
—Disculpe, mi
Lady, son órdenes de la reina. — Una mucama de aspecto fuerte la cargó con
mucha delicadeza. Sorprendida, por primera vez Freya levantó la mirada y miró a
su alrededor. Al menos ocho mucamas la rodeaban, escoltándola en dirección a la
sala contigua. De un vistazo, mientras era transportada, observó a la mujer
sentada en el sofá de espaldas a la ventana.
Lo más notable de
su figura el rubio cabello claro, similar al del príncipe. La mujer poseía una
belleza indescriptible, lo suficiente como para quedarse grabada en su mente tiempo
después de ser llevada al área de baño privada del príncipe.
Piel blanca,
sonrojada y saludable que se veía bien desde todos los ángulos. Facciones
delicadas, pero al mismo tiempo maduras. Viéndola sostener el libro mientras
tres mucamas le ofrecían té y bocadillos, le daba un claro aspecto de
opulencia. La niña se perdió en sus pensamientos, dejando que las mucamas
limpiaran su cuerpo y rociaran su cabello con agua de rosas.
El tiempo pasó
rápidamente. Freya fue llevada de vuelta a la habitación en brazos. En vez de
los golpes y jalones a los que estaba acostumbrada, las mucamas le brindaron
una gentileza desconocida.
La reina aún
seguía concentrada en su libro mientras la nueva princesa recibía los últimos
detalles en su cabello. Adelyne no elevó la mirada por un tiempo, sus bellos
ojos viajaban con rapidez a través de las letras. Las presentes no
interrumpieron su lectura, viéndola tan concentrada, cualquiera temería
estropear el ambiente. Freya no fue la excepción, enderezó su espalda,
permaneciendo inmóvil; sus ojos curiosos estaban inquietos.
Una vez que terminaron de pulir su apariencia, las mucamas
tomaron su lugar alrededor. Notó que todas observaban en silencio a la reina,
esperando su siguiente orden. Tímida, ella también reunió algo de valor para
mirarla más de cerca.
Lo primero que notó fueron sus largas pestañas, que
revoloteaban como pequeñas mariposas. Cada vez que terminaba una página, sus
dedos largos pasaban a la siguiente con movimientos tan delicados que apenas
hacían vibrar los ribetes de encaje blanco en las mangas tres cuartos de su
vestido.
Pasaron unos segundos en un cómodo silencio, hasta que la
reina inspiró profundamente y, con una leve sonrisa, le tendió el libro a la
mucama de su derecha, quien lo guardó en su bolsillo con naturalidad.
—Bien… ¿Ya estás
lista, querida?
—Sí.
El ánimo de
Adelyne parecía haber mejorado mucho, no solo por la historia que estaba
leyendo, sino por el aspecto de la jovencita frente a ella. Freya lucía un
vestido verde claro hasta después de las rodillas; el largo cabello rojizo
acomodado en dos largas y gruesas trenzas que enmarcaban su rostro. El cambio
era abismal, notaba hasta un ligero arrebol en sus pálidas mejillas.
—Muy bien. Vámonos.
— Dando su visto bueno, la reina se puso de pie. Al seguirla notó que la niña
trastabilló, aunque trató de ocultarlo.
—¿Señorita, se
encuentra bien?
Ante la pregunta
de la mucama junto a ella, Freya asintió. No supo muy bien qué hacer y guardó
silencio, esperando que la reina continuara su camino, pero esta no se movió.
—Llama al
príncipe.
Al escuchar esa
frase, la joven tembló. ¿Llamarían a su esposo para reprenderla? ¿Por qué?
Pensó hasta ese momento que lo estaba haciendo bien, pero al final no logró
zafarse del castigo.
Fueron tantas
emociones y ansiedad repentina que Freya comenzó a llorar nuevamente. Se sintió
aún más culpable. Mientras temblaba, cubrió su rostro luchando por detener las
lágrimas.
—“Pero la reina
ya me vio…”.
Adelyne la
observó en silencio por un rato y luego secó sus lágrimas con el pañuelo más
hermoso que Freya nunca pudo haber visto.
—Qué muchachita
más llorona.
Por supuesto, aquellas palabras cayeron como plomo sobre
Freya. La mismísima reina había señalado sus defectos sin rodeos; sin embargo,
las manos que acariciaban su rostro con tanto cuidado eran tan dulces que llegó
a pensar que, después de todo, no era un castigo tan terrible.
Toc.
—Majestad…— Una
de las mucamas que envió por el príncipe volvió con una expresión preocupada. —
Su alteza dice que no vendrá.
La reina inspiró
profundamente.
—Aunque tiene
veintisiete sigue comportándose como un niño—, murmuró entre dientes acomodando
el cabello de Freya. Luego se giró hacia la mucama. — ¿Cuál es su razón?
—Está en el campo
de caballeros, teniendo una lucha con el duque Ravenant.
Adelyne suspiró
largamente y comenzó a caminar.
— Louise,
cargarás a la señorita mientras tanto. Vamos al campo de entrenamiento.
La mucama de la
puerta se acercó a la reina; mientras Louise, la mucama más alta y fuerte,
cargaba de nuevo a Freya.
—Mi señora… Es el
primer día de la princesa…— Ante su tono persuasivo, la reina le dedicó una
sutil mirada y siguió con su camino.
🪻🪻🪻🪻🪻🪻🪻
El campo de los
caballeros tenía varias secciones, entre ellas la más destacada era el área de
la guardia blanca. Con el príncipe como comandante no era de extrañar la
atención que les era dedicada, pero la principal razón de su fama no era esto.
—¿Olvidaste cómo
golpear a alguien? ¡El escritorio definitivamente no te sienta!
—¡Cállate! ¡¿Qué
me viene a decir a mí un repugnante pirata?!
La razón era la
vergüenza.
En medio del
campo descuidado luchaban Lloyd y Charles, como únicas armas sus puños. Un
montón de caballeros holgazaneaban en las sillas, bostezando mientras aquella
pelea se desarrollaba como si fueran dos borrachos peleándose en medio de un
bar de mala muerte.
Sin embargo,
miraban con atención, pues pese a la disparatada visión, algunos movimientos
eran sumamente distinguibles.
Podía no
parecerlo, pero loa caballeros prestaban atención a la lucha entre nobles y estaban
muy conscientes de su entorno, tanto así que lograron escuchar la voz de la
reina conversando con las mucamas a través de la puerta.
Para cuando
Adelyne dio el primer paso dentro de las instalaciones semi cubiertas, el
desorden de armas y cotas había sido limpiado; también, cualquier miembro de la
guardia que no tuviera un aspecto decente, desapareció sin dejar rastro,
escondiéndose dentro de los dormitorios.
El lugar de
largas columnas que terminaban en una cúpula de hermosos vitrales, se veía
finalmente como un lugar decente, en donde los eruditos de las artes de la
guerra dedicaban su tiempo a estudiarlas.
Excepto por la
lucha infantil que se desarrollaba en el centro del lugar.
—¡Ha! — Lloyd
tiró una patada directo hacia la entrepierna contraria, pero fue esquivado sin
muchos problemas por el duque, quien saltó y en venganza dirigió sus dedos
hacia los ojos contrarios. —¡Ahh!
La batalla se
detuvo justo a tiempo. El príncipe cayó arrodillado al suelo, frotándose los
ojos con dolor mientras Ravenant sonreía satisfactoriamente.
—Siempre seré mil
veces mejor que tú.
Lloyd sonrió a
pesar del escozor.
—Ojalá seas tan
bueno defendiéndote cuando vengan mis queridos primos a clavarte un puñal en el
ojo. Mierda… Y después dices que el sucio soy yo.
Tap.
Un aura gélida
inundó el lugar.
—Príncipe Lloyd.
—“Mierda”. — El
susodicho giró la mirada hacia su madre, enseguida su ánimo decayó. Sin
embargo, fingió su mejor sonrisa.
—Mi querida
madre, has venido. Qué honor verte tan temprano.
Adelyne dio un
paso a un lado y dejó ver a Freya, quien aguardaba tras ella. Tras ser
descubierta, su gesto se volvió nervioso.
—Y la trajiste…—
Lloyd quiso suspirar pero no lo hizo, en vez de eso se puso de pie y arregló un
poco sus ropas. La niña se veía mucho mejor que la noche anterior. —“Por lo
menos ahora no se ve tan lamentable”.
Aún no sabía muy
bien cómo comportarse alrededor de Freya. Tal vez si fuera una señorita común
la tomaría del brazo con una sonrisa y aparentaría algo de interés, pero no con
una niña que podría ser su hija.
Notando su mirada
posada en ella, Freya bajó la mirada con nerviosismo. Lloyd siguió
observándola, ignorante de que esa mirada aguda en ella le hacía pensar que tal
vez se había enterado de sus faltas.
—Qué mirada más
sucia para tu esposa—, Charles pasó por el costado de su mejor amigo y le
susurró esto quedamente.
—Señora Freya,
¿cómo se encuentra? Es un placer conocerla. Soy Charles Ravenant, duque de
Ravenant. Puede considerarme su aliado, incluso si el príncipe es algo
defectuoso, puede apoyarse en mí.
Freya dio una
educada reverencia en silencio, a pesar de su nerviosismo, logró desempeñar su
papel adecuadamente. Tal y como le enseñaron, no hablaría con otros hombres sin
la autorización de su esposo y al echarle un breve vistazo, este solo frunció
el ceño.
Lloyd reconoció
ese gesto. Las esposas de sus primos eran así y por ende también las de todos
los nobles conservadores.
—“Viejo
bastardo”. — Recordó de nuevo su ira hacia el marqués Dube. Ahora que
finalmente había logrado relajarse, volvió a sentirse frustrado. Ignoró la
mirada de Freya y caminó en dirección a la salida.
—Lloyd Antoine
cuarto D’lor Valois.
Se paró en seco
al oír a su madre diciendo su nombre completo.
—¿No vas a
acompañar a tu esposa?
Inspiró
profundamente.
—“Mierda, con pelos
en las bolas y aun me regaña mi madre. ¿Qué basura de vida tengo?”.
—Jeje, claro que
sí. — Se giró con la mejor sonrisa que pudo crear y le tendió la mano a su
esposa. —Mi querida Lady Freya, acompáñame.
Pero cuando
estuvo a punto de dar un paso un sirviente a su lado corrió hacia él con una
pequeña carreta.
—Lady Freya no
puede caminar por sí misma. — Al escuchar la explicación de parte de su madre
Lloyd observó de nuevo el medio de transporte y suspiró largamente antes de
tomar en brazos por sí mismo a su esposa.
—Disculpa,
querida. Buscaré algo más cómodo que eso, por el momento vayamos así.
El revuelo a su
alrededor no se hizo esperar; sin embargo, tanto sirvientes como mucamas y
caballeros se quedaron en silencio, incapaces de proferir queja ante la
prominente figura de la reina.
Por su parte,
Adelyne batió su abanico y siguió al príncipe quien ya había comenzado a
caminar en dirección al salón de banquetes.
Un príncipe no
debería presentar semejantes modales tan desaliñados, ni siquiera si fuera su
prometida, un futuro Rey podría hacer eso. Sin embargo, siendo que Lloyd no era
un príncipe común, esta nueva habladuría representaba una nimiedad ante las
demás que ha acumulado con el tiempo por su forma de ser.
Que Lloyd fuera
tan despreocupado como para cargar a su esposa enferma era de hecho un rumor
que podría alivianar su faceta de inconsciente y favorecer su alma más libre a
la vez que humana.
La reina analizó
estos pensamientos y miró el ceño fruncido de Ravenant.
—“Los nobles más
conservadores no estarán muy felices”. — Volvió la mirada a su hijo. A veces se
preguntaba qué pensaba su hijo. —“¿Hace estas cosas porque sabe que cada cosa
que hace causa revuelo en la sociedad? ¿Lo ignora? ¿Quizá lo ve y simplemente
deja que pase?”.
Hasta el aleteo
de una mariposa podría causar la destrucción del mundo.
Desde que su hijo
volvió, solía preguntarse si realmente lo conocía. ¿Por qué había elegido a una
niña? ¿De verdad no leyó su edad? ¿Está buscando crear algún tipo de impacto?
—“Tal vez estoy
acostumbrada a ver tanta podredumbre que me sorprendo al ver a alguien actuar
auténticamente por inocencia y bondad”. — O era su deseo de madre al valorar a
su hijo y querer que fuera más de lo que aparenta ser. Después de todo, eso era
lo que necesitaba para sobrevivir.
Viendo la silueta
lejana, Adelyne se detuvo.
—“Se parece
demasiado a su padre”.
--
Más adelante, una
incómoda Freya hizo lo posible por permanecer inmóvil. Estaba tan sorprendida
que no supo qué hacer ni como actuar. Dejó la mirada gacha, permitiendo
dócilmente que el príncipe hiciera como quisiera.
Cuando llevaban
ya una distancia, Lloyd miró con disimulo hacia atrás. Su madre lo veía muy
fijamente caminando lento tras ellos.
—Seguro no has
desayunado. — Intentó ser amable al observar de reojo el rostro infantil de la
preadolescente.
—Ahh… N-no— Freya
sintió que le faltaba el aire. Debido a querer responder tan rápido salió solo
un vergonzoso hilillo de voz. Carraspeó un par de veces intentando calmarse. Esta
era la primera vez que estaba tan cerca de su esposo desde el casamiento,
cuando el tomó su mano para guiarla al altar. La noche anterior tampoco hizo un
muy buen trabajo, así que esta vez debía hacerlo bien.
— … Esposo.
Ante la tardía
añadidura de su nuevo título, Lloyd elevó la mirada con hartazgo; realmente
estaba casado con esta niña.
—“Bueno, como
sea”. — Ya tenía suficiente con sus padres, amigos y la sociedad entera
reprochándoselo. Lo mejor era relajarse un poco.
—¿Qué te gusta
desayunar usualmente?
Los irises verde
claro de Freya giraron hacia él.
—¿Disculpe?
—… ¿Hay algo en
especial que te guste desayunar?
¿Por supuesto,
cuál era el desayuno de Freya todos los días?
—… Pan, —con agua
para que no engordara. Tampoco es que su padre estuviera dispuesto a gastar
mucho más que eso en ella. Sin embargo, Freya estaba demasiado ocupada en el
día como para pensar mucho en ello. — M-me gusta cuando el pan está fresco.
Al escuchar su
escueta respuesta, Lloyd se sintió estúpido. Imaginó a esta niña, encerrada en
un sótano como en los rumores. Tal vez lo único que probó todo este tiempo era
el pan seco que estaban a punto de tirar a la basura.
—“A lo mejor hay
una historia trágica de cómo su madre guardaba pan y se lo daba en su
cumpleaños o algo así…”.— Exhaló un largo suspiro. —“No fue tan malo elegirla
después de todo. La comida del palacio es increíble. El chef Martin puede domar
incluso a mi padre”.
Los pequeños dedos enredados con temor en su ropa eran tan delgados; de hecho, parecía que pesaba menos que un saco de papas. Por lo menos había hecho bien algo.
—“Aunque no es
suficiente, seguro el diablo ya está amoblando mi lugar en el infierno”.
—… También me
gusta el pan—, susurró quedamente.
Cuando escapó del
reino llevaba únicamente una pequeña mochila con un mapa, una cantimplora y las
antiguas cartas de viaje de su padre. Robó uno de los caballos, el que más le
gustaba; luego se perdió en medio del bosque intentando hallar la manera de
llegar al mar. Desafortunadamente, su yo de dieciséis años no era consciente de
las ventajas que venían al estar junto a sus padres o, según la situación, de
ser un príncipe.
—“Hubo un largo
tiempo en el que comer pan también fue complicado”. — De repente, su mirada
perdida en las decoraciones del pasillo delataba un poco más el peso de su
edad.
Freya guardó
silencio, observando el breve disgusto en el rostro de su acompañante. Después
de un rato solo quedó una inmensa resignación.
—“El príncipe
luce cansado”. — Angustiada pensó en alguna forma de aliviarlo. Pues eso era lo
que debía hacer, después de todo, dependía del ánimo de su esposo si la
expulsaran del palacio. Había cometido muchos errores hasta ahora, no sabía si
tal vez no se habían dado cuenta, pero necesitaba enmendarlo de alguna manera.
—Príncipe, le
daré mi pan.
El susodicho se
giró a mirarla. Por primera vez una sonrisa dedicada a ella comenzó a surgir en
su rostro.
—“Esta mocosa…
¿Qué demonios piensa?”.
Se aguantó las carcajadas
negando con un largo suspiro.
—No necesito de
tu pan. Cómetelo y ya.
Enseguida el
gesto iluminado de la chica decayó, cargado de preocupación.
—“¿Parezco un
vagabundo?”. — Si alguno de los dos necesitaba comida allí, sin dudas era la
niña escuálida.
—No sé si lo ves,
pero soy un guerrero muy alto y fuerte. Puedo conseguir mi propio pan, así que
no te preocupes, come cuanto quieras; de hecho, si te paras de la mesa sin
estar satisfecha…
—“¿Qué? ¿Qué le
vas a hacer a la triste niña, estúpido? ¿La amenazas porque no mide más que una
silla? Métete con alguien de tu tamaño, imbécil”. — Era muy tarde para
retractarse de sus palabras.
—… Te haré
limpiar la habitación entera…— Frunció el entrecejo con hastío, ni él sabía qué
demonios estaba diciendo.
—Entiendo. — Y, aun
así, Freya asintió a sus tonterías como si hubiera recibido la orden de un
coronel.
Mientras
conversaban, llegaron al salón de banquetes. Tras tomar asiento, la comida
empezó a ser servida. Cada plato que ponían sobre la mesa se veía mucho más
apetitoso que el anterior. Justo al terminar, un valet entró por la puerta del
fondo.
—Su majestad, el
Rey Antoine.
Todos los que
estaban en la mesa se pusieron de pie. Al verlos, Freya también se apresuró. Seguidamente
un hombre imponente hizo acto de presencia. Su cabello era rubio, similar al de
su hijo, sin embargo, lo llevaba más largo, acomodado hacia atrás. Además de su
altura y su contextura amplia, el rasgo que más se destacaba era la barba
frondosa que caía por su pecho en dos largas trenzas.
Caminó hacia la
mesa con prisa, después de dejarle su largo gabán de piel a su valet.
—Buenos días,
majestad. — Empezando por el final, Charles Ravenant le dio una sutil
reverencia. El Rey correspondió con un corto asentimiento y fue directo hacia
su esposa.
—¿Cómo estás,
querido? — La mano que tendió hacia su esposo recibió un beso delicado, antes
de ayudarla a tomar asiento para sentarse él en la punta de la mesa. Giró
inmediatamente la cabeza hacia su hijo y después de compartir un vistazo, miró
con curiosidad hacia Freya. Pese a que todos se habían sentado ella aún
permaneció de pie y le dio una reverencia.
—Buenos días, majestad.
Espero haya pasado una buena noche. — Tras unos segundos escudriñándola, el Rey
levantó la mano e hizo algunas señas hacia su hijo.
“¿Va a quedarse
de pie toda la mañana?”.
Lloyd rodó los
ojos.
—“Luego mi madre
dice que yo soy el brusco”.
—Mi padre dice
que pasó buena noche. Gracias, Lady Freya, puedes tomar asiento.
La niña elevó la
vista con cautela y luego se sentó con la mirada gacha.
El Rey no le
despegó la vista.
“¿Por qué no
levanta la mirada? ¿Cómo se supone que hable con ella así?”.
Lloyd volvió a
suspirar.
—Lady Freya. —
Ante su llamado, la chica giró la cabeza hacia él. — Debes mirar al Rey a la
cara para que pueda conversar contigo.
Al ver su expresión
de sorpresa y cómo elevaba la mirada, el príncipe volvió a suspirar mientras un
presentimiento se asentaba en su cabeza.
Ni bien los ojos verdes se posaron en él, Antoine sonrió
ampliamente y comenzó a usar lenguaje de señas para comunicarse con la niña.
Gradualmente, la expresión de Freya cambió: pasó de la confusión a la
desesperación, especialmente cuando la Reina hizo algunas señas también para
comunicarse con el Rey.
Se hizo claro lo
que pasaba. Freya no sabía lenguaje de señas. Probablemente era la única
persona en todo el palacio que no lo sabía. De hecho, hasta los vagos de las
calles aprendieron porque era cultura general.
Lloyd Antoine III
D’lor Valois era mudo.
El mismo quien
había decretado al inicio de su mandato que quien no supiera el lenguaje de
señas real, sería condenado a la guillotina por faltar el respeto a la realeza.
—“Qué infantil
eres Dube” —, pensó Lloyd con una pequeña sonrisa, tomando uno de sus cubiertos
y acomodándose en su silla.
El vizconde
siempre había sido opositor del mandato del Rey Antoine. Su pequeña venganza
había sido nunca enseñarle a su hija el lenguaje de señas. Ahora esto servía para
hacer agravio al Rey, retándolo a matar a su propia nuera. En un inicio tal vez lo hubiera hecho para desquitarse silenciosamente, pero ahora quizá pensó que
era el destino finalmente dándole una oportunidad de pinchar a Antoine.
Bam.
Y lo había
conseguido.
Un puñetazo
resonó en la mesa, el Rey estaba furioso ante semejante falta.
“Voy a matar a
ese hijo de puta”.
—Jajajaj,
pensamos lo mismo, padre.
Freya tembló
asustada aunque nadie la culpaba de nada, sino a su deficiente progenitor.
—Mi Rey.
Solo bastó con
estas dos palabras delicadas de parte de Adelyne para que Antoine inspirara
profundamente.
“Dile a tu esposa
que no estoy enojado con ella. Dejaré pasar esto como un favor a tu vínculo con
ella, pero debe comprometerse a aprender. ¡Quiero hablar con mi nuera!”.
Lloyd asintió.
—“Aprende tú a
hablar de nuevo entonces”. — Pese a que pensó esta ácida broma ni siquiera se
planteó en decirla. Su padre era gracioso pero tenía límites muy bien marcados.
Se giró hacia
Freya y con paciencia le transmitió:
—Te buscaré un
profesor para que aprendas a usar las señas de Liende, entonces podrás hablar
con el Rey.
Recibió un disimulado
codazo.
“¡Que quiero
hablar con ella! ¡¿Por qué demonios no dices exactamente lo que digo,
muchacho?!”.
El príncipe
aclaró la situación ante los ojos ahora curiosos de Freya.
—Está ansioso por
hablar contigo.
Satisfecho, el
Rey asintió y le obsequió su mejor sonrisa, hizo un ademán invitándolos a todos
a comer. Freya, lo reverenció dócilmente, luego miró hacia Lloyd para ver si
él quería decirle algo más, este alcanzó un tenedor y pinchó la pata de un
pavo.
—Aunque no puedas
saber lo que dice, él si puede escucharte. —La niña asintió, mas no dijo nada.
Lloyd recordó el hecho de que antiguamente, debía ser el esposo quien le diera
permiso para hablar a cualquier hombre que no fuera él.
—Tsk…
—“¿Ni siquiera
puede hablarle a su suegro?”.
Se sirvió sin
demora en su propio plato, tomando algo de ensalada por aquí y otros manjares
por allá. Los otros en la mesa llamaban a los sirvientes para que estos les
sirvieran, excepto él; por supuesto, su madre lo reprochaba con la mirada.
—Si quieres
decirle algo, puedes hablar con mi padre todo lo que quieras, no me molesta. —
Después de él mismo, era la persona en la que más confiaba… Aunque no solía ser
así; además, era una regla increíblemente ridícula. — Incluso si no estoy.
¿Qué iba a hacer
si un día su padre la llamaba y el no estaba cerca? ¿Hablarle por cartas? Tenía
la sospecha de que eso tampoco valía.
—Mi Lady, conmigo
también puede hablar cuando quiera. —Charles no perdió oportunidad tampoco. Sus
ojos azules brillaban con emoción. — Si tiene cualquier inconveniente puede venir
a contármelo, yo le ayudaré. No dudaré en regañar al príncipe si me lo pide.
Lloyd lo miró
fijamente y alcanzó su copa de vino.
—“¿Por qué
pareces tan ansioso de hacerme la vida imposible’”. —Mas no dijo nada,
realmente estos eran los aliados que tenía y la verdad, Ravenant no carecía de
razón al decir que era su culpa meter a Freya en esto.
Bebió un sorbo en
silencio. La niña bajó la cabeza y no respondió.
Una sonrisa
pícara surgió en el rostro de Lloyd al cruzar miradas con su mejor amigo. Como disfrutaba
ver el agravio en sus ojos.
—Príncipe, podría
darle la autorización de hablar conmigo. — Su petición ni siquiera sonaba a una
pregunta.
—Oh… ¿Debería
hacerlo?
Charles miró esa
expresión juguetona con el ceño fruncido.
“Ho, ho, ho. La
juventud es tan divertida”.
Mientras, el Rey
comía muy felizmente junto a su Reina. Al mirarla con una sonrisa, alcanzó su
mano y la apretó con ternura.
“¿Por qué no
tuvimos otro bebé? ¡Nunca dejan de ser lindos!”.
Adelyne alzó una
ceja y dejó a un lado su cubierto para dejar libre su diestra.
“Oh, ciertamente
su majestad pudo haber sido quien diera a luz esta vez”.
El Rey frunció el
ceño y luego se acercó con un pequeño puchero fingido.
“Podemos
intentarlo de nuevo… Tal vez ahora se cumpla que sea yo esta vez”.
Sus irises
castaño claro estaban cargados de picardía. La Reina permaneció en silencio y
luego volvió a centrarse en comer. Podría pasar desapercibido para cualquiera,
pero Antoine estaba lo suficientemente cerca como para ver el pequeño arrebol
iluminando sus mejillas.
Desempeñando su
papel como espectadora, Freya observó con cuidado.
—“El Príncipe y
su Majestad son muy parecidos”. — Una pequeña sonrisa surgió en su rostro al
pensar en ello. Bajó la mirada hacia su plato pensando que hoy se sentía muy
feliz, aún era torpe al entender por qué, pero sentía que su alrededor
brillaba.
🪻🪻🪻🪻🪻🪻🪻
La comida se
llevó a cabo tranquilamente. Había platos exquisitos, el chef se lució con toda
su destreza pues quería dejar una buena impresión en la nueva yerna del Rey.
Mas eran tantos que ella realmente no sabía qué comer.
Debía ser el
príncipe quien le ordenara esto también, ¿no?
Cuando estaba
recibiendo clases de etiqueta la maestra solo hablaba una y otra vez que el
marido era quien tomaba hasta las más mínimas decisiones, por tanto ella solo
debía guardar silencio, escuchar y obedecer.
Echó un vistazo
de reojo a Lloyd quien comía tranquilamente, sonriendo mientras conversaba con
Charles. No quería interrumpirlo, pero tampoco sabía cómo proceder.
<<—… Come
cuanto quieras…>>.
—“¡Oh, cierto!”.
El príncipe ya lo
dijo una vez estando en el pasillo, era libre de comer lo que quisiera.
—“Menos mal lo
recordé. Si le hubiera preguntado se enojaría conmigo”. — Repetir una orden fue
molesto para cualquiera a quien le preguntara antes. Hubiera sido una pena que
el ambiente fuera arruinado por tener que ser castigada en medio de la comida.
Si bien terminó
de solucionar un inconveniente rápidamente surgió otro: En ese momento estaban
hablando solo de pan, ¿debía comer solo pan? Echó un vistazo y notó que en
aquella comida había algunas rodajas de pan cortado como aperitivo. Pero, tampoco
sabía cómo pedir exactamente a los sirvientes, ¿debía tomarlo por sí misma como
el príncipe? ¿o pedirle a algún sirviente que le sirviera? ¿y si lo hacía mal?
¿qué pasa si todas esos rostros alegres se convertían en demonios y comenzaban
a hacerle daño como los sirvientes de la mansión Dube?
Así, rápidamente
una cuestión pequeña se hizo grande en su cabeza.
Tak.
Hasta que de
repente su plato se llenó.
—Come bien,
princesa. — Lloyd notó enseguida su silencio y enseguida se imaginó que alguna
otra molestia enseñanza rondaba por su cabeza. Entonces tomó cartas en el
asunto por sí mismo, ya hastiado de la situación y le sirvió un buen filete de
pavo con algunos vegetales. Debajo de su sonrisa estaba a punto de salir por la
puerta, derechito a darle una buena paliza a Dube.
—“Tengo que ir
ver a mi querido suegrito”. — Llevaba un día aguantando (de hecho, menos) y ya
estaba profundamente cansado.
—Príncipe, Lady
Freya debe pedirles a los sirvientes por sí misma—, reprochó inmediatamente
Adelyne al verlo.
Lloyd permaneció
en silencio y sonrió.
—“Estoy tan cansado
de esta mierda. Aquí hay una etiqueta para cada pequeña cosa”.
—Lo tendré en
cuenta para mañana, madre.
—Debes considerar
a la señora Freya. — Esta vez fue Ravenant quien lo regañó.
La sonrisa de
Lloyd se torció.
—… Por supuesto,
lo tendré en mente. Gracias por tu sugerencia.
Freya por su
parte escuchó en silencio y pensó tímidamente que el príncipe Lloyd era muy
amable.
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